El día que Nat King Cole cambió mi vida


Cuando tenía trece años o así, mi padre que amaba, respetaba y admiraba todo lo que oliera a estadounidense («Oh, América» solía suspirar nostálgicamente como si alguna vez hubiese estado allí), decidió congraciarse espiritualmente con Nat «King» Cole, cuando después de rechazar por sistema escuchar cualquiera de sus interpretaciones por el simple hecho de ser negro, se enteró que el famoso artista era aceptado en los círculos blancos de norteamérica pretextando que era, junto a Louis Armstrong, un negro con alma de blanco.
¡No! Que no estoy bromeando. Promediando los sesenta todavía se escuchaban barbaridades como aquella.
Y en ese encuentro espiritual con aquel ser de alma blanca que no halló al venir  del cielo, más cuerpo disponible que el de un negro, no tuvo mejor manera mi padre de resarcirse del error en el que por ignorancia había permanecido, que vestir a uno de sus hijos -o sea a mí, que era el menor y el más dócil- a la usanza del cantante.
Y hete aquí, que un aciago día, me llevó mi padre al sastre, tras varios intentos infructuosos por encontrar alguna chaqueta «natkingcolística», para que me cogiera las medidas y hacerme una con una tela que él mismo había diseñado, aprovechando sus conocimientos profesionales del textil. No obstante, siempre pensé que aquella horrenda tela que llevó al sastre, no hacía más que envolver la tela definitiva. Pero no. La horrenda tela era la escogida.Y madre mía, cuando ví aquella chaqueta… ¡No me lo podía creer!
Era color verde esmeralda, ribeteada con hilos dorados y salpicada con miles de puntos negros. Los botones eran dorados.
¡Cuántas vergüenzas pasé!
Tantas que mis buenas madrastra y abuela escondieron en no pocas oportunidades tan pintoresca prenda de vestir, aunque siempre mi padre terminaba encontrándola y obligándome a vestirla donde quiera que fuese. Un día, afortunadamente, Gloria, mi madrastra tuvo la ocurrencia de comprarme un pequeño maletín donde al salir ponía cualquiera de mis otras chaquetas y al llegar donde fuese,  la cambiaba por la multicolor y por allí se acabó el problema.
Sin embargo, un mal día, falleció el padre de mi padrino de confirmación, muy amigo del mío ciertamente y yo, sin más intención que la de ver la mano derecha del difunto que había perdido accidentalmente todos sus dedos, menos el pulgar un par de semanas antes, pedí acompañarle al sepelio y obviamente, me sugirió qie me vistiera decorosamente y de acuerdo a tan triste ocasión.
En la tarde, cuando me pasó a buscar camino de su trabajo al camposanto, yo me había vestido con unos pantalones gris oscuro, una camisa blanca, una corbata negra y, ¡cómo no!, con la chaqueta de sus amores ¡Faltaría más!… Nada más verme, la ira se reflejó en su rostro y me gritó «¡Ve a cambiarte!» y yo, como no ponía en duda que desde su punto de vista lo único correcto era la chaqueta, me cambié raudo la corbata negra por una roja y al verme, más rojo se puso él que aulló»¿Que no ves que no combinan, tontorrón?» y tenía razón, la corbata roja no pegaba con la camisa blanca y con mayor premura que en el cambio de corbata, me puse una camisa rosada y como ya íbamos tarde, desistió de seguir protestando.
Y en efecto, llegamos tarde al entierro, porque cuando entrábamos, los deudos del finado salían  y, pobrecillos… qué caras..,. qué dolor… qué sufrimiento… qué congoja reflejaban, pero cuando me vio mi padrino, aquella máscara de pesar que la cruel parca al arrebatarle a su padre había esculpido en su rostro, dio paso a una inoportuna sonrisa que trataba de contener o al menos disimular y luego a una sonora carcajada que contagió al resto de los deudos.
Cuando se marchaban, algo dijo mi padrino de confirmación sobre una primavera ambulante.y mi padre se puso tan pero tan negro de la rabia, que creo que por algunos momentos hasta el alma se le puso negra.
De más está decir que desde aquel día se acabó la imposición de la chaqueta, pero como por aquellos años comenzaba yo a tener tenía cierta fama de bohemio e intelectualoide en ciernes, mi presencia en fiestas y reuniones se convirtió en aconsejable -era algo así como el mono de feria que está para divertir-  y si me presentaba sin esa chaqueta, que se convirtió en el símbolo de atrevimiento del artista. notaba en los presentes cierta… decepción.

Nota al margen: Casualmente, el sábado 9 de abril del 2011, leyendo una información del diario venezolano El Expreso, de Ciudad Bolívar, donde trabajé en tres períodos diferentes, llegué a la conclusión de que aparte de mi padre, había otro en el mundo, que admiraba, quizás más todavía, a Nat King Cole. Se trata del progenitor de un comisario de la Policía Estadal de Bolívar. Este agente del orden cuya aparición en el diario no viene al caso analizar, fue bautizado como Nat King. Sí, mis amigos. El hombre se llama Nat King Orozco Orihuela.

¡Te superaron, papi!

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