Y me llaman loco

No sé si a raíz de mis comentarios en blogs como este o lo que escribo a través de mis libros, lo cierto es que hay un círculo creciente en mi entorno que me califica sin pudor y menos motivos, como grillado, demente, ido, orate, loco y eso que soy de lo más normal…

¡Ay, si esos desalmados calumniadores me conociesen!

Verían en esta humilde y discreta persona, baja de estatura, pero de una altura ética y moral enorme, a un ser introvertido, tímido, respetuoso de leyes y deberes, taciturno, poseedor de una bondad inconmensurable, confiable, leal, aficionado al futbol desde aquella silla rinconera a la que me destierra mi numerosa y cómoda familia que ocupa los sitios preferentes para ver la tele, y moderado amante platónico de Ashley Green en su faceta de inmortal vampira en la saga de Crepúsculo. O sea que podrían contemplar en mí al ejemplo más preclaro de lo que es el equilibrio físico, psíquico y emocional…

De mi cordura puesta a prueba y superada dan fe aquellos fríos días de invierno en que vivía en un sobrio y adecuado hotelito de las Ramblas a fines de los sesenta.
Por aquel entonces, alguien que seguro que no tendría nada mejor que hacer, echó a correr el rumor. y ya se sabe que los rumores crecen, de que había visto pasearse de madrugada por los pasillos, al mismísimo monje loco y yo, lo cierto, es que aunque cada día poco antes de las primeras luces del alba, me iba a hacer aguas menores y una que otra vez, también mayores a uno de los baños comunes que había en la planta ,os lo juro por la venerada y venerable alma inmortal de mis ancestros, que jamás vi nada. Sin embargo los atemorizados comentarios de los huéspedes que iban y venían no decrecían.

Opté pues, por poner orden en el lugar. Cogí a partir de una mañana, un viejo crucifijo de bronce que me había regalado mi buena abuela para protegerme de brujas, demonios y duendes donde los hubiese, así como el viejo misal de tapa de nácar blanco conque había hecho mi Primera Comunión y protegido del frío como siempre por mi infaltable sotana de lana azul único vestigio de mi fugaz paso por el seminario meses antes y que me servía de albornoz, con una amplia capucha además, que resguardaba mis orejas de los sabañones y comencé a recorrer los pasillos de cada planta rezando el padre nuestro en latín, con voz segura y sonora, que era la misma que utilizaba para entonar una canción lo más parecida posible a música sacra y la única que me sabía. Era una que decía

«Por favor no pisen las flores,
por favor no las pisen más»

Pero mi anónima acción no tuvo el efecto deseado, porque aunque los aterrorizados gritos que escuchaba durante mis trayectos cada mañana aún oscura, eran testigos de lo que mis ojos no atinaban a contemplar y mi razón por naturaleza rechazaba, vino un día un cura a consagrar -que no a exorcizar- al hotel y nos echaron a todos a la calle a buscarnos la vida -aproveché entonces para alquilar una sencilla casita cercana al mar- , Tiempo después supe que aquel «monje loco», no era sino el espíritu justiciero de San Cirilo del Perpetuo Socorro que con su presencia había querido denunciar que aquel encantador hotel de Las Ramblas, estaba regentado por una familia de «rojos», que fueron en justicia divina, a parar con sus huesos a la más pútrida, húmeda y fría mazmorra de La Modelo.

¿Yo loco?…¡Y una mierda!

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